sábado, 5 de marzo de 2011

Las cortas patas del prohibicionismo

Los socialistas son puritanos y quieren el bien de la humanidad. Están contra el alcohol. Son secos. Reprochaban al zarismo su política de embrutecimiento del pueblo mediante el fomento de la embriaguez y la instauración del régimen de libertad absoluta que reinaba en el campo de la venta de vodka. Durante la guerra, el Estado había convertido en privilegio oficial la industria de la fabricación del famoso alcohol.


El triunfo de la Revolución instauró, naturalmente, en Rusia, el régimen seco. La fabricación y la venta de alcohol fue prohibida draconianamente. Se vio, sin embargo, que después de las restricciones no disminuyeron las borracheras. Al contrario: se veían como antes y presentaban un aspecto más lamentable, como si se emborracharan con algo más fulminante, más diabólico y más directo. En efecto: la prohibición había hecho surgir una serie de fábricas clandestinas de vodka, las cuales extraían el vodka de materias inferiores. Las fábricas fueron cerradas y los fabricantes encarcelados. Pero esto no disminuyó en absoluto el número de borracheras. Llegaron, los dominados por el vicio, encontrándose perseguidos, a fabricar el vodka ellos mismos y utilizando materias no ya inferiores, sino absurdas. Salió un vodka casero de efectos terribles, dinamita pura. El Estado se consideró incapaz de luchar contra el flagelo. Decidió abandonar.


Lo escribió Josep Pla en 1925, después de viajar varios meses por Rusia y otros muchos países europeos. Sus crónicas sobre esos viajes son realmente amenas e instructivas. Lenin había ya muerto y Trotski era una estrella emergente. La famosa Ley Seca de EE.UU llevaba ya seis años en vigor, pero no fue derogada hasta 1933.


La historia se repite una y otra vez sin que muchos aprendan nada. El prohibicionismo tiene las patas muy cortas. La oferta acaba siempre llegando a la demanda. Siempre aparece algún iluminado intentando erradicar el alcoholismo, las drogas o la prostitución mediante prohibiciones. Siempre fracasa. Las transacciones voluntarias continúan prodiciéndose. En la clandestinidad, abriendo paso a las mafias. Los Estados dilapidan una cantidad gigantesca de recursos persiguiendo a los traficantes pero en ningún caso logran detener el comercio. Luego no tienen medios ni tiempo para actuar contra los ladrones, que campan a sus anchas en países como España.


Dejen de causar daño queriendo proteger a los individuos de ellos mismos. No es posible organizar la sociedad mediante mandatos coactivos. El constructivismo racionalista, como explica Capella, es en realidad un romanticismo irracional.

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