sábado, 28 de abril de 2007

Premio a la propuesta más tonta.


En Cataluña, como en el resto de Europa, hay políticos que a veces parecen tontos y a veces lo demuestran. Tal es el caso de Jordi Portabella, candidato a la alcaldía de Barcelona por ERC, que con el objetivo de que todos los ciudadanos puedan encontrar a menos de 300 metros de casa cualquier producto que necesiten, propone que el Ayuntamiento adquiera 2.000 locales para cederlos a quienes estén dispuestos a abrir un tipo de tiendas con escasa o nula presencia en un barrio.


Por si fuera poco el afán de las administraciones catalanas por meterse en todo, por no dejar nada fuera de su alcance regulador; unas administraciones, que como el Ayuntamiento de Barcelona pretende regular la actividad de las estatuas humanas de las Ramblas, de forma que sólo puedan actuar las que decida la concejalía de Cultura, o como otros ayuntamientos catalanes, que regulan dónde puede instalarse un locutorio, o una inmobiliaria, porque algún prócer político imponiendo su criterio personal por encima del de los consumidores ha decidido que hay demasiados locutorios o inmobiliarias; por si no fuera suficiente intervencionismo, ERC plantea que el Ayuntamiento compre o alquile los locales y decida con las asociaciones de comerciantes y vecinos qué establecimientos necesita el barrio.

Creíamos saber desde hace siglos que no había mejor manera de ajustar la oferta y la demanda de bienes y servicios que permitir la libre concurrencia de compradores y vendedores. Sin restricciones, sin privilegios, ni favores, ni subvenciones, ni exenciones. A través de los precios y los beneficios los actores sabrían qué demandan más los consumidores y cuál sería el modo más económico de ofrecerlo. Pero ha tenido que venir Jordi Portabella para sacar a la ciencia económica de su error. No sería el comerciante que expone su dinero y busca la máxima rentabilidad quien mejor daría satisfacción a las demandas de los consumidores, sino el propio Jordi Portabella, asesorado por los vecinos y otros comerciantes.

Si un grupito de peluqueros concluye que hay suficientes peluquerías y no quieren más competencia ¿ Forzarán a Portabella a que no permita más aperturas ? Si un grupo de vecinos se encapricha por la comida libanesa, y no les apetece ir al restaurante libanés del barrio vecino ¿ Tendrá el Ayuntamiento que rebajar el precio del local hasta que haya alguien dispuesto a abrirlo ?
¿ Aunque haya alguien dispuesto a pagar el doble por el local para abrir otro negocio ?

Cualquiera diría que Ludwig Von Mises, estaba pensando en la Barcelona del siglo XXI cuando escribió: las autoridades tienden siempre a no admitir restricción alguna en su actividad, procurando ampliar todo lo posible la esfera pública. Intervenir por doquier, no dejar parcela alguna incontrolada, que nada se produzca espontáneamente, sin licencia del jefe, he aquí la íntima aspiración del gobernante.

1 comentario:

Fernando A. Ramírez Martínez dijo...

Esto no es más que la típica manía de los catalanes de tener contentos a los botiguers. Uno de los motivos por el cual a media noche en Barcelona es imposible comprar nada.