sábado, 22 de noviembre de 2008

Los fundamentos de la prosperidad II: el ahorro

El ahorro

Carl Menger, pionero de la Escuela Austriaca, pensaba que no hay modo más seguro para hacer que una idea triunfe definitivamente que dejar que toda orientación contraria llegue a sus últimas consecuencias. En la actual coyuntura económica, las consecuencias de las políticas destructivas del ahorro que han prevalecido hasta ahora están a la vista de todos, pero no está claro que los responsables políticos vayan a cambiar su proceder. Las prácticas populistas de muchos de ellos, exigen el pago de enormes facturas. Y para hacerles frente tienen que recurrir a políticas lesivas del ahorro tales como subir los impuestos, endeudarse, o incluso aumentar la oferta monetaria.

Si las empresas pueden dar una utilidad práctica a los avances científicos y tecnológicos es gracias al ahorro. Cuando se acumula capital las empresas pueden financiar proyectos que les permitan ser más productivas. Pueden introducir innovaciones que les permiten producir más con los mismos recursos. Cuanto más produce el individuo, como vimos, tanto más acrecienta la riqueza de toda la comunidad, y cuanto más y mejor produce por hora el individuo, más es capaz de aumentar su salario.

Cuando los gobiernos, para sacar adelante sus agendas populistas, recaudan en forma de impuestos, buena parte de la renta de los contribuyentes, están impidiendo que esos recursos se acumulen en forma de ahorro y sean empleados para financiar proyectos que, utilizados en sectores eficientes, habrían redundado en beneficio de toda la comunidad.

Cuando los gobiernos se endeudan están obstaculizando que empresas y familias puedan hacer lo mismo, porque están compitiendo con ellas por un recurso escaso, lo que provoca un encarecimiento de ese recurso, es decir, hacen subir el precio del dinero.

Si los gobiernos, para hacer frente al pago de sus facturas, patrocinan un aumento de la oferta monetaria, estarán diluyendo el valor de la moneda. Directamente estarán destruyendo el ahorro de las familias y las empresas. Cuando hay más euros compitiendo por los mismos bienes y servicios, inevitablemente habrá que pagar más euros para hacerse con esos bienes o servicios. Henry Hazlitt lo explicaba así: “Los que imaginan posible aumentar el volumen dinerario en cualquier medida sin que resulten afectados los precios o bien son incapaces de comprender que la colectividad no puede adquirir doble cantidad de bienes que antes, a menos que su producción se duplique, o imaginan que lo único que impide el crecimiento indefinido de la producción no es la escasez de mano de obra y las limitaciones del horario laboral y de los restantes factores de la producción, sino tan sólo la escasez de medios de pago”.

Por eso, las medidas que obstaculizan este proceso de acumulación y asignación a sectores eficientes del capital, están obstaculizando el progreso que posibilita más y mejor producción y también mayores salarios.

El ahorro, conviene recordar, no se genera espontáneamente. Depende de los tipos de interés. Si éstos son artificialmente bajos, el incentivo para ahorrar disminuye y provocan que se demande más dinero del que se ofrece, a la vez que se distorsiona la relación entre el consumo presente y el consumo futuro. Además se lanza una señal engañosa a los operadores que hace que proyectos antieconómicos les parezcan en principio rentables. Esto da lugar a malas inversiones a gran escala cuya inviabilidad se revela al estallar las crisis que estas políticas originan.

Por eso es importantísimo que los tipos de interés no dependan de populistas inescrupulosos.


Los fundamentos de la prosperidad I: la producción
Los fundamentos de la prosperidad III: el libre intercambio

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Tú aparte de copiotear sabes hacer alguna otra cosa?